viernes, 14 de agosto de 2009

EL DIA EN QUE NACIO LA MUSICA


Cualquiera que haya decidido en uno u otro momento que la música que le gusta no es el bakalao, ni el tecno, ni el acid ni el pop de la televisión, ni las sevillanas; que el Fary es un tipo entrañable con nombre de lavavajillas pero que con una canción para hacer la coña ya basta; cualquiera que en una u otra ocasión haya pensado de forma similar, está pensando en el rock. Y si además ha ido un poquito más allá, se habrá enterado de que hay un día -no me acuerdo de la fecha- que es denominado “el que día en que murió la música”, porque fallecieron en un accidente aéreo Big Woper (o Wopper, no sé), Ritchie Valents (el de “La Bamba”) y el gran Buddy Holly, ese de las gafillas de pasta negras con cara de buen chico. Pues ese es el día en que murió la música. Claro que yo de eso me enteré después de decidir que la música que me gustaba no era ni el tecno, ni el acid, etc.
Fue durante unos Pilares. Si las cuentas no me fallan (tengo bien localizada la entrada… en otro lugar, así que no puedo verla) era el año 1987. En efecto, han acontecido diversos eventos desde entonces, por ejemplo, que derribasen el Pabellón Francés, aquella construcción que estaba junto a la antigua Feria de Muestras, donde el Parque Grande. Era un recinto grande, preparado para albergar diferentes actos culturales, o cuando menos, lúdicos, como por ejemplo, conciertos. Bueno, yo me enteré de eso aquella noche, porque era la primera vez que entraba allí. De hecho, mi conocimiento de la vida nocturna zaragozana comenzaba, prácticamente, en esas fiestas del Pilar, ya que por aquel entonces yo contaba con la tierna edad de 15 años, y me parece a mí que no veníamos tan despabilados como ahora. Entre unas cosas y otras, como digo, mi alma era terreno fértil y abonado a las nuevas experiencias. Así que tanto mis amiguitos como yo nos encaminamos al sitio ese.
Entramos y después de buscar un lugar cómodo arropados por la gente y el bullicio, llevamos a cabo el ritual de la bebida, un litrito de cerveza por aquí, otro de calimocho por allá… veíamos las pintas de la gente, y había algunos con mucho flequillo, ¿no? así todo sobre la frente, y es más: algunos tíos hasto lo llevaban proyectado en un salto imposible hacia adelante. Allí estábamos, haciéndonos bromas entre nosotros, pasando de mano en mano los vasos de litro. Yo no tenía ni idea de quién tocaba, pero la entrada costaba cien duros (sí, 500 pesetas, igualico que ahora), precio más que asequible para un adolescente, y se estaba allí muy, pero que muy bien. Y comenzó el concierto.
Tocaban unos tíos que se hacía llamar Más Birras; joder, si es que la gente se pone cada nombre… pero parecían simpáticos, y desde luego, la música tenía algo que se te metía dentro. De las letras me enteré a medias: a ver quién es el chulo que va a un concierto sin conocer al grupo y lo entiende todo; y más en el Pabellón Francés. Algo similar pasó con The Jets: la música bien, y las letras, pues hombre, teniendo en cuenta que éstos cantaban en inglés ya era misión imposible. La tercera actuación fue la de Loquillo. No está mal, ¿no? Yo, cuando comenzó a tocar Loquillo ya había decidido que no me gustaba ni el tecno, ni el acid, ni el Fary, etc. Mi rollo es el rock (los que dijeron eso antes que yo llevaban los pelos largos; buenos chicos, simpáticos).

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